Verdadera seguridad
Durante la Guerra Fría, un período de malestar entre las dos potencias mundiales más grandes en la segunda mitad del siglo xx, los estadounidenses vivían bajo la amenaza de una guerra nuclear. Recuerdo que, durante la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, parecía que Estados Unidos estaba al borde del aniquilamiento. Para un alumno de sexto grado, era una situación muy angustiante.
Aguas torrentosas
Mientras estaba en Brasil, fui a visitar las Cataratas del Iguazú, uno de los saltos de agua más maravillosos del mundo. Las masivas cascadas dejan sin aliento, pero lo que más me impresionó del lugar no fue ni el panorama ni el agua que salpicaba, sino el ruido. Era más que ensordecedor; sentí como si el propio sonido me hubiese estado envolviendo. Fue una experiencia asombrosa que me hizo recordar lo pequeño que soy comparado con todo eso.
Invertir en el futuro
Jason Bohn era estudiante universitario cuando convirtió un hoyo en un solo golpe jugando al golf y ganó un millón de dólares. Aunque otros podrían haber despilfarrado ese dinero, Bohn tenía un plan. Como deseaba ser profesional de ese deporte, usó el premio como un fondo para vivir y entrenarse, y mejorar su talento deportivo. El efectivo se convirtió en una inversión para su futuro, la cual le dio sus dividendos cuando ganó el torneo B. C. Open de 2005 de la PGA (Asociación de Golf Profesional). Sin duda, su decisión de invertir a largo plazo en vez de vivir el momento fue sabia.
Deuda de gratitud
Dave Randlett fue alguien del cual puedo decir: «Por causa de él, mi vida nunca será igual». Dave, que se fue al cielo en octubre de 2010, se convirtió en mi mentor cuando yo estudiaba en la facultad y estaba empezando a seguir a Cristo. Él no sólo invirtió tiempo en mi vida, sino que se arriesgó a darme oportunidades de crecer y aprender en el servicio para el Señor. Fue el instrumento de Dios para que yo tuviera posibilidades de predicar y viajar con un conjunto musical durante mis años de estudio. Como consecuencia, ayudó a moldearme y prepararme para una vida como maestro de la Palabra de Dios. Me alegra haber podido darle las gracias en varias ocasiones.
El costo de pelear
En un documental sobre la Primera Guerra Mundial, el relator dijo que, si las bajas británicas ocasionadas por «la guerra para terminar con todas las guerras» marcharan en columnas de cuatro frente al monumento de guerra en Londres, la procesión llevaría siete días. Esta pasmosa descripción me perturbó al pensar en el terrible costo de los enfrentamientos bélicos. Si bien estos costos incluyen gastos monetarios, destrucción de propiedades y problemas económicos, nada se compara con la pérdida de seres humanos. Los que pagaron el precio más alto fueron los soldados y la población civil; precio que se multiplicó en forma exponencial con el dolor de los sobrevivientes. La guerra es costosa.
Controlador de mensajes
Mientras regresaba del trabajo a mi casa, escuché un anuncio por la radio que me llamó la atención. Era de un programa de informática que revisa los correos electrónicos a medida que se escriben. Yo conocía el «corrector ortográfico» y el «corrector de gramática», pero esto era diferente. El programa revisa el tono y la redacción de los correos para asegurarse de que no sean excesivamente agresivos, descorteses o maliciosos.
Asunto serio
Hace poco, me llamaron para ser miembro del jurado en un juicio. Implicaba tremendos inconvenientes y una enorme pérdida de tiempo, pero era también un asunto serio. Durante los primeros días de instrucciones, el juez disertó sobre la responsabilidad que nos ocupaba y la naturaleza sobresaliente de la tarea. Íbamos a sentarnos a juzgar a personas que presentaban litigios (juzgado civil) o que habían sido acusadas de crímenes (juzgado criminal). Me sentí totalmente inadecuado para la labor que tenía por delante. Juzgar a otra persona, teniendo en cuenta las importantes consecuencias para su vida según lo que se decidiera, no es algo sencillo. Como somos seres humanos imperfectos, quizá no siempre juzguemos correctamente.
La misericordia de Dios
Hoy se cumple el décimo aniversario del ataque terrorista a los Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001. Es difícil pensar en aquella fecha sin que vengan a la mente imágenes de la destrucción, el dolor y la pérdida que inundó el país y todo el mundo después de semejante tragedia. La pérdida de miles de vidas iba acompañada de un profundo sentimiento de quebranto colectivo: la sensación de haber perdido la seguridad como nación. Esa angustia, tanto personal como corporativa, acompañará siempre el recuerdo de los sucesos de aquel día.
Se necesitan lágrimas
Después del terremoto en Haití, en el 2010, todos quedamos atónitos con las imágenes de la devastación y las dificultades de los habitantes de esa pequeña nación. Entre las numerosas fotografías desgarradoras, hubo una que me llamó la atención: una mujer con su mirada fija en la masiva destrucción… y llorando. Su mente no podía asimilar el sufrimiento de su pueblo; tenía el corazón deshecho y brotaban lágrimas de sus ojos. Era comprensible. A veces, llorar es la única reacción apropiada frente al sufrimiento.
Encuentro gozoso
Hace algunos años, cuando nuestros hijos todavía eran pequeños, volví a casa después de un viaje de diez días sirviendo al Señor. En aquella época, a la gente se le permitía entrar a la zona de embarque para saludar a los pasajeros. Cuando el avión aterrizó, salí de la nave y mis hijos corrieron a saludarme… tan contentos estaban de verme que gritaban y lloraban. Miré a mi esposa que tenía los ojos llenos de lágrimas; yo no podía hablar. Personas desconocidas que estaban cerca de la puerta también lagrimeaban mientras mis hijos me abrazaban las piernas y me saludaban gritando. Fue un momento maravilloso.